Después de la guerra de unificación de Egipto con la toma de Heracleópolis, Mentuhetep II estableció la capital en Tebas y tomó una serie de importantes medidas para restablecer la autoridad real y la prosperidad económica del país. Una de ellas hacía referencia a los nomarcas. Su nombramiento pasó a ser decisión real y no hereditaria como hasta entonces, los funcionarios provinciales eran frecuentemente trasladados de lugar para evitar que el cargo pasase a ser hereditario. El poder central fue de nuevo dirigido por un visir. Se creó un nuevo cargo administrativo: el de gobernador del Norte. Con relación a la arquitectura se emprendió una campaña de construcción y ampliación de templos, sobre todo en el Alto Egipto. El dios predominante en esta dinastía fue Montu, un dios tebano con tendencias guerreras, y se notó una creciente popularidad del dios Osiris. En cuanto a la política exterior, Mentuhetep II cortó un intento de invasión del Delta por parte de los beduinos; también lucho en Libia contra los Chemehu y los Tehenu y en Nubia se aseguró el control hasta la segunda catarata (Buhen, en territorio Cush, muy cerca de Abu Simbel). Poco que destacar de los demás faraones. Mentuhetep III, hijo del anterior, continuó con la misma política; solamente hacia el final de su reinado y continuado por el usurpador Mentuhetep IV, Egipto cayó otra vez en una etapa de guerras y hambre.
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